Una mañana te levantas sabiendo que es verdad. Que sí que existen buenas personas.
Por desgracia, no somos conscientes hasta que no llega un mal momento, un momento terrible, de estos que te comen los nervios y te marcan las ojeras a fuego. No puedes saberlo hasta que una noche revientas y son ellos los que se quedan a ver cómo te desmoronas.
Porque necesitas a alguien ahí. Alguien que no pregunte, y a alguien que pregunte siempre. Necesitas al cabezón de turno que no te deja hasta que se lo cuentas y te rompes, y a quien se sienta a tu lado sin mediar palabra sólo para estar contigo. Necesitas a la gente, aunque no quieras, aunque sea en vano. Y lo bueno es que a veces, los encuentras.
Encuentras que el hombre perfecto de verdad existe, y que las frases estúpidas de Tuiter sí que levantan el ánimo. Encuentras que existen razones de sobra para hacer las cosas que nunca te has atrevido a hacer. Y esas razones suelen tener nombre y apellidos.
Porque donde quiera que busques, al final encontrarás. Si necesitas apoyo, lo tendrás, y si necesitas gritar, también podrás. Si buscas compañía, o si buscas estar sola, o si buscas bailar o si buscas llorar. Busca, que al final encuentras, que todos llevamos a una pequeña madre en nuestro interior que nos dice "¿A que voy yo y lo encuentro?". No dejes nunca de buscar porque es entonces cuando no encontrarás.
Porque lo de que cuando dejas de buscar, encuentras, es la metida más gorda de la historia de la humanidad. Cuando de verdad crees que aparecerá, cuando menos esperas lo que tanto esperas, es en ese instante cuando te llevas la sorpresa y todo vuelve a fluir.
Existen las buenas personas, claro que sí. Pero, por desgracia, las buenas personas son las más fáciles de perder.
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