Una mañana te das cuenta, de que hay cosas que nunca volverán. Y lo aceptas.
Sabes que no te volverá a llegar un mensaje el día de tu cumpleaños de madrugada. Que no la vas a llamar para preguntar cómo está.
Sabes muy bien que no volverás a sentir ese contratiempo en tu corazón cuando, por casualidad, te lo cruces por la calle, o que ver sus fotos con la chica de turno no te hará desear un par de muertes y mucho helado.
Y, ¿sabes por qué lo aceptas? Pues muy fácil.
Si cuando escuchas vuestra canción ya no te dan ganas de sonreír, es porque esa sonrisa es para otra canción.
Si cuando te lo imaginas recorriendo vuestras alamedas, y no precisamente contigo, ya no recuerdas al detalle cada paseo, es porque todavía tienes que andar y desandar muchos caminos, con muchas personas.
Si cuando oyes que está pasándolo mal ya no sufres como antes, y las ganas de correr para preguntarle el porqué e invitarla a otro helado, simplemente no llegan... Eso es, simple y llanamente, que todos los desvelos que solían preocuparte, ahora tienen otra razón de ser.
Si cuando la/ le ves, ya no te sale sola esa sonrisa. No te preocupes. Ya llegará alguien con quien compartirla, nunca gastarla.
Las cosas van y vienen. Los momentos no serían momentos si no tuvieran un final. Todo acaba, todo pasa. Piénsalo de esta manera: quizás, mientras te empeñas en recordar algo y desear que vuelva, te estás perdiendo todo lo que pasa por delante de tus ojos, ahora mismo.
No rechaces el presente por querer vivir en el pasado. Porque el presente soy yo. Y no se me ocurre una mejor manera de pasar mi presente que contigo. Aunque un día, no sé ni cuándo ni por qué, vayamos a ser pasado.
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