Una mañana te encuentras rodeada. En el centro de la marea, un océano dividido por Moisés, que amenaza con caer sobre ti.
Entre dos mundos. Entre dos opciones. Entre dos personas. O más de dos personas. Entre dos grupos, dos posibilidades, dos sensaciones.
Ser normal o ser especial. Ser interesante o radiante. Hablar o mirar. Sonreír o morderse el labio. Abrazar o besar.
Te encuentras en una encrucijada, derecha o izquierda, sin saber muy bien qué hacer. Puedes seguir intentándolo, puedes seguir creyendo. Puedes mantener ese precario equilibrio, esa silla con tres patas en el aire. Y también, por una vez, dejar que las cosas fluyan, hablarle si te apetece, no cortarte demasiado, elegir preocuparte por él, conversar con él sin temas y sin motivos, sólo por saber que sigue al otro lado.
Elige. Elige pronto. Elige ya. Elige antes de que a Moisés se le cansen los brazos y toda la furia del Mar Rojo caiga sobre ti, te entierre. Elige mientras tengas opciones, mientras se te presente la disyuntiva. Porque llegará un momento en el que no podrás hacer nada, en el que todo habrá comenzado, y no podrá parar jamás. Elige mientras todavía tengas las cosas (relativamente) claras.
Te encuentras sobre una de las patas de la silla. Te encuentras en el coche con el capó en el precipicio. En el ojo del huracán. En la tierra seca entre los dos mares.
Date prisa.