Una mañana sales de la cama, pero ni te das cuenta. Vas aislada del mundo entero. Tardas media hora en enterarte de que estaban hablando contigo. Te tiemblan las piernas y no sabes por qué. La comida te parece repugnante. Has creado un mundito para ti, y en ese mundo nada es real ni se acerca.
Entiendes a esos pececillos naranjas en sus pequeñas peceras redondeadas. Dándose de morros cuando intentan alcanzar aquello que llaman realidad. La niebla cristalina empaña tus ojos. No hay nada que pueda llegar ahora mismo hasta ti.
Bueno, sí que lo hay. Pero no creo que él esté dispuesto a saltar de su silla, preguntarte qué te pasa y darte un abrazo que rompiera tu pecera y te permitiera volver a respirar. De nuevo.
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