Una mañana sucede algo, que desencadena actos, palabras, miradas y hechos que no hubieran sucedido de otro modo.
Hay un punto de inflexión. Un punto en el que te das cuenta que no hay vuelta atrás, un punto en el que sabes que lo que has dicho o hecho puede no tener ningún significado por sí solo, pero va a traer cola.
Un momento, que lo cambia todo, que nadie lo ve venir, sólo nos damos cuenta cuando ya ha pasado. Y, entonces, todo lo que te queda es quedarte a contemplar lo que has desencadenado.
Vemos lo que pasó, sabemos lo que hicimos. Pero no podemos prever cómo va a cambiar las cosas, cómo va a conseguir que todo se de la vuelta, que todo cambie su sentido y que ese tren arranque, llevándote a chocarte contra un muro, caer en el vacío o...
O quién sabe a dónde.
Sabemos dónde empieza el viaje, lo que hace que todo se descontrole, que todo pierda el sentido y que los planes, las promesas, las palabras y los recuerdos pierdan su significado. Sabemos qué hicimos mal, o bien. Sabemos qué no tendríamos que haber dicho, qué tendríamos que haber dicho o por qué lo que dijimos nos ha llevado hasta aquí.
Pero créeme si te digo que todo lo que puedas suponer de aquí en adelante probablemente no salga como esperas.
Sabes cuándo empieza a aletear la mariposa. Pero no cuándo llegará el huracán.
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