Levantarte una mañana, ver que lo tienes que hacer todo y que no hay tiempo para nada.
Vestirse rápido, no desayunar, apenas peinarse, vestirse otras tres veces (si, cuando tienes prisa, pasa), perder el autobús, volver a casa a tomarse las medicinas, volver para coger el autobús por los pelos, bajarse, correr hacia el instituto...
Y encontrarse, como de la nada, una furgoneta de repartos, en la que pone:
"Hoy puede ser un día perfecto, y mañana puede ser aun mejor".
Y que te salga de dentro la sonrisilla tonta.
Porque nunca tendremos tiempo para las cosas que nos desquician, nos molestan, nos agobian o nos desesperan. Pero encontraremos esos tres segundos para sonreír un poquito.
Aunque sean, efectivamente, tres segundos. Justo hasta que oyes el timbre.
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